
¿Por qué me siento como si
hubiera vivido cien años
y cargara sobre mis hombros
todo el peso de las personas
que he conocido?
¿Por qué me siento como si
hubiera vivido cien años
y cargara sobre mis hombros
todo el peso de las personas
que he conocido?
El mundo conocido se le desmoronó, cayendo a sus pies, mientras se permitía un suave aleteo.
Ahora simplemente vive desaprendiendo a volar.
Tu, mi ayer, me has hecho crecer y volar.
Soñar y permanecer dormida, siempre en tránsito,
siempre dolida,
incapaz de restañar mis múltiples heridas.
Mi ayer, libérame,
devuelve el vuelo a mis alas,
hazme creer que todo es posible
y recuérdame, a menudo,
cuan dulce puede ser la vida.
Te fuiste ligero de equipaje, aunque hubieras cargado cien camiones con tus maletas hubieras seguido yendo ligero.
Porque lo que te pesaba, lo que te abrumaba de verdad eran los niños, nuestro perro, que ya murió mi pobre amigo, el jardín, nuestra casa, nuestros proyectos, tuyos y míos, alimentados durante años de risas y sueños compartidos.
No llegaste a ver que lo que a ti te pesaba a mí me daba la vida. Los niños, creciendo. El perro, que aún vivió varios años, me adoraba y yo a él. Me hizo mucho bien y me acompañó en las largas noches de soledad sin separarse de mi.
¿Lloraste cuando te dije que había muerto? Seguramente no. Yo si, lloré por su pérdida, aún hoy le añoro y me gustaría tenerle a mi lado, dormirme acariciándole su cabeza mientras nos relajamos los dos.
Nos abandonaste, te abandonaste, me abandonaste. Eso que hacen los cobardes y los pobres de espíritu.
Y ni siquiera has conseguido ser ni más libre, ni más feliz, ni más fuerte de ánimo.
Me gustaba cuando la vida me besaba en la boca.
Me gustaba cuando la vida eras tú.
Dejé de tener el control de mi vida cuando fui consciente de no haberlo tenido nunca.